Celulares

Después de haber llegado al punto de que prácticamente no se puede vivir sin ellos, los celulares se han vuelto un gran estorbo. Efectivamente, vamos con ellos a todas partes, incluyendo el baño y la cama. Pero, si nos ponemos a ver, su uso está prohibido en casi todas partes.

No se puede hablar por el celular mientras se maneja, así estemos varados en un taponazo. Los mismos que arman el tapón, nos ponen multas si respondemos a una llamada o si llamamos a avisar que llegaremos tarde.

Tampoco podemos aprovechar para hacer o devolver llamadas mientras echamos gasolina, porque se dice que la estación puede explotar por el uso del celular.

En los bancos, está prohibido hablar por los celulares como medida de seguridad. En los cines y teatros, hay que apagarlo. En las reuniones también. En las fiestas y lugares de diversión, no hay que molestarse en apagarlos: no se oyen.

En la casa, no debemos usarlo mientras está conectado cogiendo carga porque es peligroso. Si lo llevamos en los bolsillos de alguna prenda de vestir, dizque puede causar cáncer.

Cuando atendemos una llamada en presencia de terceros, los estamos interrumpiendo, lo que se agrava porque demasiadas veces empezamos a hablar en clave, como para que el involuntario testigo presencial no capte con quién ni de qué hablamos, resultando de tan mal gusto como hablar en otro idioma delante de un monolingüe.

Claro, de esa lista hay que sacar a quienes, por el contrario, usan esas llamadas para alardear sobre la importancia de quien los está llamando, y a quienes se la pasan mirando el celular y apretando botones a ver si tienen mensajes.

El caso es que entre los tantos lugares y momentos en que no se puede usar, estoy perdiendo el sentido de la utilidad de tan indispensable aparato. ¿Dónde y a qué hora se puede hablar por el celular?

Hemos roto el “excusómetro” pidiendo disculpas cada vez que nos llaman en un lugar o un momento inadecuado, que al paso que van las cosas, lo son casi todos.

Cuando los celulares no existían, se vivía, y no pasaba nada. Pero ahora la gente no puede vivir sin ellos, al extremo de que no perciben que la mayor parte del tiempo, en la mayor parte de los sitios, está prohibido usarlos, o es de mal gusto.

Se parece demasiado a fumar. Antes, fumábamos en todas partes. Ahora, no se puede fumar en ningún sitio y hay que ser muy fuerte para no reaccionar ante los disparates y las groserías de que somos objeto los fumadores.

Pero, al fin y al cabo, fumar es un placer personal. Los celulares, repito, han llegado a la categoría de indispensables y resulta que ¡están tan prohibidos y hacen tanto daño como los cigarrillos!

Entre eso y el riesgo de robo y hasta de muerte al que nos expone andar con un celular encima, sin hablar del misterioso sistema de (falta de) rendimiento de los minutos y las tarjetas, no sé del resto, pero lo que soy yo, estoy casi renunciado a ese mágico medio de comunicación.

Así, cuando vengan a fastidiarme para que deje de fumar, exigiré que abandonen los celulares.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Memorias de Gestión Consular

Prestigio prestado

Cuando baila un buen merengue