De candidaturas y otras
Un regidor gana RD$105 mil pesos mensuales, es decir, RD$1,260 mil pesos al
año, RD$5,040,000 en un período cuatro años, menos los impuestos. Eso, en el
Distrito Nacional, seguramente los regidores mejor pagados del país, por razones
discutibles, pero que todo el mundo acepta y dizque entiende.
Ahora vamos a lo que no se entiende. Si para participar en la convención o
cualquier otro método de selección, hay que pagar una inscripción no
reembolsable y que no garantiza la inclusión en la boleta, y no se recomienda
hacer ese gasto a quien no disponga de 3 a 5 millones para gastos de campaña,
los aspirantes, en verdad, son muy desprendidos. Con los 48 sueldos que
recibirían de resultar electos, ni se empatan, mucho menos obtienen siquiera
las pírricas ganancias que generan los certificados financieros en la banca.
A nadie se le ocurre invertir 5 millones para recuperarlos, a lo justo, en
cuatro años, encima a retazos y, en principio, trabajándolos. Eso es trabajar
gratis; peor, pagar por trabajar, absolutamente indigno. Entonces, no es
aventurero pensar que ser parte de la sala capitular representa unos ingresos
que no tienen nada que ver con sueldo. Y tampoco es temerario manifestar que
quienes hacen el esfuerzo por inscribirse y gastar los 5 millones, por lo
general ajenos, tienen conocimiento y planes concretos en relación a esos
ingresos.
Yo quería participar. Necesito ingresos fijos, seguros. Tengo muchísimos
programas municipales, principalmente de convivencia urbana, de fácil ejecución.
Pero eso fue lo que me explicaron cuando me hicieron el favor de recomendarme
que no gastara un dinero que no tengo en inscribirme si no tenía los millones
para la campaña.
La verdad es que si me veo con cinco millones, compro “una casita de ensanche”,
arreglo mi carro, pago mis deudas y resuelvo unos asuntitos de salud y belleza
que cuestan un dinerito. ¿A quién se le ocurre botar cinco millones de pesos en
campaña? Yo, ni muerta. Mucho menos si fueran de un “patrocinador”, porque es
cierto que todos tenemos un precio, pero algunos no somos tan baratos y menos
después de haber pagado tan cara nuestra forma de ser y actuar.
“Tú serías una excelente regidora, eres persona conocida, de trayectoria
política limpia (claro, no he llegado a ninguna parte), pero…” (No logré
escuchar el resto, porque mi “traductor automático” entendió: “vendrías siendo como
el perro del hortelano, que ni ‘come’ ni deja comer”; en otras palabras, un
estorbo).
Bueno, y la otra es la abrumadora cantidad de escándalos gubernamentales,
uno detrás del otro, cuál de todos mayor, al extremo de que a ellos mismos, tan
novedosos y creativos, se les acabó el ingenio y no se les ha ocurrido nada
mejor que negar sus propias verdades, considerar campaña sucia a las denuncias
basadas en sus propias informaciones, desmentirse a sí mismos, y demás
conductas de niños en problemas, impropias de quienes disfrutan de tanto poder
y, hasta hace poco, estaban seguros de que se perpetuarían en él.
Esto se está poniendo muy interesante.
P.D. Aunque esto no tiene nada que ver con lo anterior, aprovecho el
espacio para hacer público un descubrimiento de algo que venía observando hace
un tiempito, pero que ya no me queda la menor duda. Si queremos saber cómo se
expresan de nosotros/as algunas de nuestras amistades – suficientemente
cercanas como para que las visitemos con mayor o menor frecuencia - sólo tenemos
que notar cómo se atreven a tratarnos los de su entorno, llámense hijos/as,
sobrinos/as, hermanos/as y, la figura clave, su empleada doméstica. Para que
algunos/as no me pregunten por qué voy menos o no voy a sus casas.
Comentarios