De la dictadura a la esclavitud

No bien terminamos de procesar la mentira de los Reyes Magos cuando nos dicen, de golpe, que ese hombre sólo comparable a Dios, era un perverso, un malvado, un tirano, y que la ausencia de muchos de nuestros vecinos se debía a que estaban presos y los estaban torturando por ser parientes cercanos de quienes lo habían ajusticiado.

En ese momentum de nuestras vidas empezamos a preguntarnos qué era verdad y qué no lo era. Algunos, todavía no lo sabemos. Lo que parece bastante claro es que nos liberaron de una dictadura y lo único que está a la vista es que no sabemos, que no queremos ser libres.

O sea, que tampoco es verdad que “si fuere mil veces esclava, otras tantas ser libre sabrá”. ¿Qué hemos hecho para adelantar? ¿En qué consiste nuestra noción de progreso? ¿Dónde está nuestro desarrollo?

Cincuenta años de liberación de un yugo y nosotros buscando incesantemente otros yugos que nos esclavicen, que nos pisoteen. No se puede negar que somos un fenómeno. Procuramos desenfrenadamente que nos engañen hasta con el aire que respiramos. Usamos todas nuestras capacidades para hacer nuestra propia vida y la ajena insoportable de todo punto de vista.

¿Habrá valido la pena la inmolación de tanta gente? Les hemos salido bastante ingratos. No valoramos lo que soportaron ellos mismos y a lo que sometieron a sus allegados. Cierto que algunos de ellos han resultado insaciables a la hora de pasarnos la factura, cierto que otros han terminado fabricando y venerando nuevos verdugos, pero no tenemos moral para reclamarles nada. Nos hemos hecho cómplices de cosas peores. Y ellos aprendieron que no merecíamos su esfuerzo y que no merecemos su apego al honor y a la gloria. Los que se han conservado en la dignidad, la pasan muy mal.

Pero no solamente los que sobrevivieron se dieron cuenta de nuestra ignorancia y falta de ganas de libertad. Otros, que no tenían facturas, pero sí resentimientos qué cobrarnos, abrieron el paso a los trujillos que llevaban por dentro, aprovecharon muy bien nuestra vocación de esclavitud, y nos sometieron de manera tal que aun después de su desaparición quedaremos atrapados en los compromisos que hicieron a nuestro nombre.

Nos obligan a vivir sin nada y el único derecho que nos conceden es el de adularlos si pretendemos que la vida sea llevadera. Como dice una amiga, tienen demasiado dinero para comprar y hay demasiados canallas en venta, por cierto, baratos. Ese ha sido el lamentable resultado de estos onerosos cincuenta años: el regreso a la esclavitud.

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