Mirada homosexual

¿Puede alguien explicarme qué es una mirada homosexual, en qué se diferencia de una mirada heterosexual o de cualquier otra y qué particularidad tiene para llevar a un cura párroco a un ejercicio extremo de poder, por demás homofóbico, que sólo ha servido para destruir una obra de arte que no le pertenece y terminar siendo objeto de comentarios que no lo favorecen en nada?

Admito que está un poco larga la pregunta, y la respuesta seguramente será larguísima. También estoy segura de que el cura de Jarabacoa no carece de un grupo de beatos y beatas que lo apoyan con el mismo frenesí, el mismo paroxismo que lo llevó a cometer lo que bien puede considerarse como un acto de locura, no hablemos de su más absoluta ignorancia, no solamente sobre el arte, sino sobre el patrimonio de la iglesia a la que pertenece.

Es evidente que el sacerdote no ha visitado, por ejemplo, el Vaticano, repleto de valiosísimas obras de arte de un erotismo, mayormente homosexual, altamente explícito, y no por las miradas. A diferencia de los ángeles de la Iglesia del Carmen de Jarabacoa, los del Vaticano sí tienen su sexo definido, bien a la vista y, de sus miradas no sé, pero se perciben en gozo total.

En fin, que no me toca dar lecciones a quien pasó tantos años de su vida estudiando para ser cura. Pero sí quiero ejercer mi derecho a expresar las preocupantes sospechas que me causa su acción.

Me siento libre de pensar que el tal párroco fue presa de un ataque repentino de paranoia, que se sintió súbitamente amenazado por el inminente descubrimiento de uno de esos escandalosos comportamientos que han adornado a la iglesia católica siempre – nunca como ahora - y que entonces, corriéndole alante a la bola, decidió cometer una acción que despeje cualquier duda sobre su preferencia y modo nada ortodoxo de ejercerla, antes de que el bombazo explote.

En otras palabras, se podría pensar que el cura se precipitó en allanar el camino por si un día se sabe o se sospecha que – no sólo no es casto, sino que – tampoco es heterosexual ni ejerce su sexualidad con parejas espontáneas ni, quién sabe, tampoco coetáneas, como para que nadie lo crea porque ya él demostró que detesta a los homosexuales a tal extremo que sus miradas sin vida lo llevaron a destruir una obra de arte, repito, ajena.

Gracias a Dios, ni me fijé cómo se llama el hombre. Estoy tratando de entender lo que hizo, pero no puedo aceptarlo. Todos los caminos me llevan a pensar muy mal de él, y miren que me importa muy poco el mural que dañó.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Memorias de Gestión Consular

Prestigio prestado

Cuando baila un buen merengue