Dominique, nique, nique

En un país como el nuestro, llama la atención el carácter de escándalo en primera plana que la prensa ha dado a la agresión sexual del presidente del FMI a una mucama de hotel. Ese tipo de conducta es mucho más que cotidiana en este microcosmos. Y no pasa nada.

Los poderes del Estado, incluyendo la iglesia y la prensa, están llenas de agresores sexuales. Las calles están llenas de agresores sexuales. Las escuelas están llenas de agresores sexuales. Los hospitales están llenos de agresores sexuales. Los hogares están llenos de agresores sexuales. Aquí se puede decir, con propiedad, que la agresión sexual es costumbre y, como la costumbre hace ley, el derecho penal es blando a la hora de aplicarse al derecho consuetudinario.

Dominique, no conforme con haber ascendido social y económicamente, llegando a presidente de esa “institución de caridad”, tiene aspiraciones políticas. Diferente a cualquier dominicano, sabía que podía perderlo todo con ese impulso tan impropio y quiso ponerse fuera de la órbita de “Law &Order”.

No le dio tiempo, y ahí mismito apareció el cónsul de su país a darle protección, cumpliendo con su deber, igualito que la generalidad de los cónsules dominicanos, para que vean que es en todo que nos imitan.

Pero, la pregunta sigue siendo la misma: ¿qué es lo que hace que tantos y tantos hombres quieran obligar a mujeres, jóvenes, niñas, a otros hombres adultos y menores y a todo ser sexuado que les pase por delante? ¿Por qué no pueden disfrutar del delicioso proceso de conquistar o ser conquistados?

Entiendo bien todas las teorías sobre el machismo, la impotencia, la homosexualidad latente y demás yerbas aromáticas, pero ¿sexo a la fuerza? ¿Qué es eso de gozar con la degradación ajena? Peor: contar con su complicidad. Si se trata de un/a extraño/a, se están jugando la cabeza, subestimando al enemigo, porque no saben cómo va a reaccionar, a defenderse. Si se trata de un/a conocido/a a quien por cualquier motivo consideren indefenso/a, por lo tanto, menosprecien, tenemos que convenir que el retorcimiento es grande.

Y, si nuestros intereses sociales, políticos, económicos, morales, nuestros hogares, nuestros barrios, campos, pueblos y ciudades, nuestras instituciones gubernamentales y no gubernamentales, estatales y privadas, nacionales e internacionales, están en manos de agresores/as sexuales, así sea de manera fortuita o temporal, las esperanzas de progreso, desarrollo, avance, mejoría, eran verdes y se las comió un burro creyendo que era yerba.

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