El hombre y su madre

Uno de los mayores misterios de la vida es la diferencia abismal en el trato que los hombres dan a dos mujeres, cuando una es su propia madre y la otra es la madre de sus hijos. Son demasiados los hombres que veneran a sus madres y tratan mal a las madres de sus hijos. Y también a sus hijos e hijas.

Entonces, la veneración a la madre, lejos de ser un concepto, bien podría ser una patología. Si veneraran a sus madres porque les dieron la vida, con igual o mayor razón deberían venerar a las que dieron vida a sus hijos e hijas. Pero no. Es como si la veneración a la madre fuera un pacto que, por demás, excluye al resto de las mujeres por quienes sienten de todo, menos amor y respeto.

¡Ay de la mujer cuya suegra no la quiere! ¡Ay de la que se enamora de un hombre que vive con su madre! Es tan enfermiza esa relación hombre-madre, que en ella no cabe nadie más, ni siquiera una hija, porque en el caso de que esa madre también tenga alguna hija, todo el amor, la tolerancia, la alegría y demás virtudes maternas son para el hijo, mientras las obligaciones son de la hija.

Al hijo le aguantan irresponsabilidades, boches, de todo. A la hija le exigen. Cuando el hijo es un desastre, es porque “no ha tenido suerte, el pobre”. Si a la hija le va mal, es que “esa muchacha es así”. Si el hijo se desaparece un tiempito, es que “debe tener mucho trabajo”. Si la hija hace lo mismo, es que “no agradece”.

Claro que no se debe generalizar, pero en nuestra sociedad, casi se puede. A los hombres les parece natural mantener una relación, por cierto nada sana, con sus madres, ver cómo sus hermanas cargan con las responsabilidades, y no tratar adecuadamente a las madres de sus propios hijos e hijas, a quienes no pocos hombres también maltratan.

¿En qué consiste ese ejercicio de abstracción que les permite ser misóginos con todas, excepto con la madre? ¿No suena perverso? Conste, no los estoy culpando. Nosotras los parimos y los criamos, así que tenemos una cuota elevada de responsabilidad en esos resultados.

Quisiera que alguna madre, así sea la madre de los tomates, me explique cómo es que los crían para que sólo las quieran a ellas y detesten al resto de las mujeres, aunque las hayan engendrado. Peor aun, ¿cómo permanecen impasibles, cómo justifican que las mujeres que pasan por la vida de sus hijos, incluyendo a las hijas que puedan tener, sean objeto de comportamientos violentos – aunque se limiten a la indiferencia – de parte de ellos? Lo siento, pero me niego a felicitarlas en su día.

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