¡Ah, la Junta!

Finalmente, casi dos meses después de las elecciones y a apenas un mes de la toma de posesión, fueron proclamados los candidatos que la JCE dio como ganadores. Ignoro por completo lo que manda el protocolo. De todos modos, resultó raro que un acto llamado a ser solemne se hiciera en ausencia de los proclamados, ya que él estaba en Brasil y ella en Europa con el marido. El salón de la Asamblea Nacional lucía medio vacío. No se ha dicho nada sobre el quórum, si lo había o si era tan innecesario como la presencia de los agraciados. La Junta, por su parte, no podía quedarse atrás: la proclama de los candidatos electos decía que habían ganado los puestos para el período 2016-20. No culpen a la secretaria: el documento fue debidamente firmado y sellado. Y el error, que no es el primero, es extremadamente revelador. Luego de los cañonazos de rigor, Reynaldo no perdió la oportunidad de lucirse con sus declaraciones a la prensa, que resultaron más bien boches para Roberto Rodríguez Marchena y para Hotoniel Bonilla, dejando bien claro que la cohesión no es exactamente la característica morada del momento. Ahora, lo que realmente hizo memorable el día, ocurrió mucho más temprano en televisión. No pudo ser más oportuno Hipólito para decir que tenía pruebas de que Miguelito estaba electoralmente comprometido con Leonel; que buena parte del dinero para la campaña hubo que destinarlo a las hipotecas en mora para evitar que las propiedades del PRD fueran embargadas; que sabía que Danilo no hizo las “travesuras” que llevaron al robo de las elecciones, pero que ha aceptado muy complacido ser su beneficiario. Aquí tiene que pasar algo. No podemos seguir dejando que nos pongan una lavativa detrás de la otra sin hacer ni decir nada. Porque la Junta Central Electoral, no conforme con todas sus asquerosidades para imponer un presidente y una vicepresidenta para “2016-20”, también vendió el padrón a los incalificables burós de crédito que ahora disponen de fotos de todos y cada uno de nosotros y, además de nuestro historial de crédito, la historia de toda nuestra vida, incluyendo cualquier comparecencia a la Policía Nacional o a una fiscalía por asuntos tan cotidianos como un percance de tránsito, una riña entre vecinos, o la habitual paternidad irresponsable, conculcando así nuestro derecho al buen nombre, por tanto, el ejercicio de otros – de por sí precarios - derechos. Basta saber quiénes han sido y son nuestros legisladores para saber cómo son nuestras leyes y para qué sirven.

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