Esto no tiene componte

Nos quejamos mucho, con toda razón, del sistema educativo que nos rige desde hace años. Pero la educación doméstica también hace años que deja mucho que desear. Hemos criado mujeres y hombres desconsiderados, irreverentes, completamente ignorantes de sus derechos y deberes, y absolutamente carentes de concepto. Botamos la bola saliendo a defenderlos de lo indefendible, enseñándolos así a sacar la lengua a quienes están obligados a respetar, sin darnos cuenta a qué nivel nos ponemos en evidencia en términos de nuestras expresiones y actitudes hacia los demás delante de nuestros hijos. Eso que con tanta facilidad hemos aprendido a llamar “cosas de muchachos”, nos delata, nos desnuda, entera a los otros de lo que pensamos y decimos de ellos. Sé de un niño que se atrevió a vocearle ladrón a un vecino. El vecino, para no regañarlo él mismo, se lo hizo saber al padre de la criatura quien, muy, pero muy lejos de pedir excusas y castigar a su hijo, le dio tremenda insultada al agraviado, dejándole claro que el niño oyó esa opinión sobre él en su propia casa. También me contaron de una niña que acompañó a su padre a visitar a un entonces líder político, un oráculo y, al saludarlo, le dijo de viva voz: “es verdad lo que dice papi, usted está muy acabado, muy viejito”. “Estos muchachos de ahora…”, fue lo único que el tal papi alcanzó a decir. Son muchas las ridiculeces que vemos en las tiendas de parte de los padres ante los antojos de los hijos, como si fuera delito o pecado decirles que no y de paso hacerles saber quién es que manda. Creo que a partir de las telenovelas, la gente ha aprendido a decir con extrema naturalidad “te quiero”, “te amo”, pero esos sentimientos, cariño y amor, en realidad no existen. Aun suponiendo que fueran sinceros, ¿para qué sirven, si no conllevan el más mínimo respeto? Lo único que hemos enseñado bien, pero bien de verdad a nuestros hijos, es a utilizar a las personas y, cuando no se dejan y encima no podemos competir con ellas, las descalificamos, las tratamos como si no valieran nada, como si no fueran dignas ni de cargarnos las maletas. Por superficial que todo esto parezca, ésa es la clave de nuestra imposibilidad de cohesionarnos para resolver todos los males que nos afectan, en su mayoría muy graves. Estamos podridos, rejodidos. De tanto asquerosear a los demás, no hemos notado la dimensión de nuestra propia insignificancia. ¿Cómo sacar adelante cualquier proyectito, por pequeño que sea, dirigido a mejorar la calidad de nuestras vidas?

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