No pude, Gladys



Recordarás, si recuerdas, que cuando murió tu hijo Eduardo fui de las primeras en llegar. Soporté con un estoicismo que yo misma desconocía en mí que muchos de aquellos antiguos compañeros, cuando menos de fiestas en tu casa, me contaran hechos que nunca ocurrieron.

Recordarás, si recuerdas, que cuando murió tu hijo Giovanni fui de las primeras en llegar. En esa ocasión, lo que soporté fue la presencia de aquellos antiguos compañeros de aquellas antiguas fiestas, esa vez prudentemente silentes, haciendo como que no me reconocían, y yo muy agradecida de que me permitieran vivir ese momento de dolor sin tener que esforzarme más allá de tolerar su presencia.

En esta ocasión, Gladys, créeme que me sentía en el deber de acompañarte, de acompañar a tus nietos que siempre he considerado mis sobrinos muy queridos, cuya infancia tanto disfruté, cuyas fotos y recuerdos tanto me emocionan y divierten.

Quería decirte al oído que te agradezco, no solamente todo lo que nos divertimos juntas, sino todo tu apoyo cuando me lancé con la cruzada de las madres solteras, cómo me aclaraste las ideas, la definición de los conceptos.

Pero creo que comprenderás que era mejor que me quedara en mi casa. Era demasiado arriesgado que me presentara en un acto tan solemne como un funeral, a tan pocos días de una afrenta tan grande como la cometida por tantos de tus compañeros y compañeras que, como luego constaté por televisión, coincidieron en esa sala que, tú que me conoces, sabes que no habría respondido  de mí.  

Cada vez que veía a alguno/a de ellos/as, me imaginaba, cuando menos, dándole una cortada de ojos que sangrara, una pela de lengua que hubiera que enyesarlo/a, al mejor estilo de nuestra querida amiga-hermana en común, en sus mejores tiempos.

¡Dios santo! Veía a Cristina, primera presidenta del Senado, nerviosa, detrás de la primera dama, con certeza recordándose a sí misma apagando el micrófono en la asamblea revisora cada vez que un "honorable asambleísta" decía algo que no resultaba de su agrado, entre otras extrañas conductas, y evidentemente preocupada porque fuera a aparecer alguien que, con solo mirarla, le pasara toda la película de nuevo y no precisamente en son de admiración por su heroismo.

Si hubiera estado presente cuando el atrevido de Reynaldo se expresó como lo hizo del candidato presidencial del PRM, Luis Abinader, a estas horas yo estaría detenida en un destacamento, con muy pocas probabilidades de salir en libertad, y eso, en la mejor de las suertes. ¡Tú y yo que conocemos la trayectoria de Reynaldo, de dónde salió y cómo llegó, que sabemos que en ningún aspecto de la vida le carga una maleta a Luis!

De Danilo, mejor no hablar. Lo que quiero decir de él está prohibido. A diferencia de todos ellos, violar la ley es un lujo que no puedo darme. Lejos de estar blindada, estoy extremadamente expuesta.

Gladys, creo que el Señor se apiadó de ti y decidió evitarte toda la vergüenza que están generando tus compañeros y compañeras, que ya era mucha y no se pensaba que podía ser más. Ellos lo saben. Se notaba en sus caras cuando los abordaban los periodistas. No exactamente culpa, sino cara dura, tampoco completamente desafiante, sino como una mezcla de miedo y expectativa, digamos que listos para pelear o salir huyendo, según como se presente la cosa, mirando para todos los lados, qué sé yo, como aquellos muchachos en espera de un súbito bochinche barrial que saben muy bien que han provocado en su casa, en la ajena y en la calle, que ni se explican por qué no se les ha armado ni por dónde les va a salir el ataque, algo así.

En fin, Gladys querida, descansa en paz. Lo mereces. Gracias por todo.

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