Sobre la reelección
En nuestro país, muy pocos dirigentes políticos están libres de pecado en
términos de la reelección presidencial. Sin excepción, todos los partidos que
han pasado por el poder, en su momento, han abrazado la causa reeleccionista y,
cada vez, los votantes hemos pagado ese precio, siempre muy caro.
Esta vez, no se trata de un simple proyecto reeleccionista. Se trata de la
amenaza de un quinto período – cuatro consecutivos - del mismo partido,
prácticamente con el mismo hombre a la cabeza, ya que el actual presidente de
la república fue el poder detrás del trono cuando el presidente era otro.
Lo que agrava esta aspiración es la forma tan burda en que se ha estado
llevando a cabo, al extremo de que no pocos miembros y dirigentes del PLD,
funcionarios nombrados y electos, han expresado vergüenza e indignación, no
hablemos de aquéllos que, por quinta vez, están viendo desaparecer la esperanza
de sus turnos para libar las mieles del poder.
Palos acechados, golpes bajos, obscenidades, demasiadas señales de que, de
prosperar, las que nos esperan no serán fáciles de soportar; que si hasta ahora
los peledeístas no han tenido recato para decirnos en más de un lenguaje que
somos y estamos para proporcionarles la escandalosa opulencia en que viven a
costa de nuestras contribuciones y alucinantes deudas, inconsultas e
involuntarias, en lo adelante ni siquiera dispondremos de las pequeñas cosas de
la vida diaria que nos generan la ilusión de libertad en que vivimos.
Asusta que se le esté dando carácter de urgencia a la convocatoria de la
asamblea revisora. Asusta que, quienes nacimos en una dictadura, estemos en
riesgo de morir en otra. Asusta que los más jóvenes no conozcan nuestra
historia, una historia de menos de sesenta años, que no es historia antigua ni
pre-historia. Asusta que el PLD no tenga empacho en devolver nuestra vida hasta
mucho antes del siglo pasado, acabando con las escasas conquistas que costaron
sangre, sudor y lágrimas, incluso a muchos de ellos en los tiempos en que ni
soñaban con llegar al poder.
El PLD actúa como esos padres y madres que, por haber tenido una infancia y
una juventud atroz en más de un sentido, desean lo mismo para sus hijos e
hijas, pero con mucha más saña, premeditada; como esos padres que comen a su gusto delante de unos hijos hambrientos obligados a esperar a que sobre algo para ejercer su derecho a la alimentación.
Entonces, no tiene mucho sentido
dispersar nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras acciones atacando a
quienes les están haciendo el juego. El momento no está para desperdiciar la
pólvora en garzas.
Tenemos que dirigirnos únicamente a los ejecutores del plan. Tenemos la
obligación de demostrar a los menos informados todo lo que ha venido ocurriendo
durante el imperio morado, lo que realmente se está cocinando ahora y lo que
puede pasar si todo esto llega a término. La Patria está en peligro. Todos
debemos saberlo y todos debemos disponernos a frenar esta precipitación hacia
un abismo cuya profundidad espanta.
Para empezar, todas las comunidades del país, el mismo día y a la misma
hora, deben manifestar su repudio a esta grave amenaza, que no es tan simple
como la reelección del presidente de turno. A tales fines, el PRM, su candidato
presidencial y los partidos y movimientos que lo apoyan propusieron que sea
este sábado a las 2 de la tarde, caminando organizada y pacíficamente por las
calles y los caminos de las ciudades, pueblos y campos. Una actividad que no
conlleva gastos, pero que dejará un mensaje claro de nuestra (o)posición.
No se puede vivir en una casa ignorando las situaciones que afectan a todos
sus moradores. Es mucho el malestar y hasta violencia que se produce, por
ejemplo, cuando no hay agua, una parte de los que viven en la casa cargan agua
y, con frecuencia quien más agua consume y quien pelea cuando se agota el agua
que no ayudó a almacenar, se queda sentado/a viendo a los demás fajados.
La Patria es la casa de todos. Demostremos que tenemos vínculos afectivos,
jurídicos e históricos con ella. Demostremos que no estamos dispuestos a que
nos arrebaten lo poco que queda del legado que estamos obligados a preservar
para nuestros descendientes.
Quienes se queden en sus casas por estricta apatía, que después no griten
cuando tengan que soportar lo mismo que el resto y encima ser señalados por su
complicidad pasiva. Ahí nos vemos.
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