Hablemos de sexo

Desde el mismísimo primer gobierno morado, tengo la impresión de que, a pesar de la alucinante dimensión en la que ha mejorado la vida de los peledeístas; a pesar de que ahora no hay un solo antojo por raro, escaso, difícil o imposible que parezca que ellos no puedan saciar; bueno, a pesar de los pesares, demasiados de ellos tienen cara de quienes llevan una vida sexual nada gratificante.

Comen lo que quieren, cuando quieren. Visten como quieren. Se transportan en lo que quieren. Viven donde quieren. Viajan cuando quieren. Hacen muchísimas cosas simplemente con desearlas. Sin embargo, no han servido de nada sus 16 años en el poder, entrados en 20, para que se les quite esa patética cara de insatisfacción sexual. 

Resulta que nosotros, los mal comíos, los desempleados, los asqueroseados del régimen, por el contrario, tenemos en la vida sexual el único gusto que podemos darnos sin cuartos, con hambre; más que mal vestidos, completamente desvestidos, etc.

Con el mismo entusiasmo que ellos, en público, alardean de todo lo que (no) han hecho por el país, y en privado se ríen de lo mismo, además de jurar lo bien que les sale todo, vamos a dedicarnos a contar nuestras experiencias, algunas en categoría de hazañas, de lo que todavía no han podido arrebatarnos ni tienen manera de competir: el sexo.

En vez de seguir discutiendo sobre las elecciones, hablemos de erecciones. Vamos a narrar historias sexuales. Lo haremos en tercera persona, como si nos hubiéramos enterado de un caso ajeno, por casualidad, pero los dejaremos morados, esta vez de envidia. 

Que sepan que, si bien no disponemos helicópteros, disfrutamos a plenitud de esto o de lo otro (describir con profusión de detalles); que, con todos los problemas que ellos nos causan, que no son pocos ni pequeños, dormimos como lirones porque hicimos eso o aquello (hasta el más mínimo detalle, por favor).

Sí, vamos a contarles cómo nos gustó lo que nos hizo nuestra pareja, fija o casual, su pericia en determinado momento, nuestra reacción y lo que provocó. Incluso lo que logramos con nuestros recuerdos de otros tiempos, o con nuestra imaginación. Porque hasta es posible que ellos ignoren qué se siente en determinadas partes del cuerpo en determinadas circunstancias.

Por supuesto que son muchas las satisfacciones de la vida que ellos desconocen, aun ahora que tienen los medios de proporcionarse (casi) cualquier cosa. Pero hay dos que nunca conseguirán: el afecto espontáneo y desinteresado de la gente y una vida sexual gratificante.

Por más que lo disimulen, les cuesta mucho vivir con todo el desprecio que les profesamos. Y morirán sin saber qué es un acto sexual pleno, inolvidable, irrepetible.

Les faltará vida para contar el dinero acumulado, para inventariar los bienes adquiridos, para ufanarse del daño que hacen. Y también para preguntarse cómo será eso de lo que se han perdido y que parece llenar buena parte de la vida de la gente del montón, lo que permite sobrevivir a tanto embate.

Creo que es un deber ocuparnos de que sepan de qué se trata. Vaya, si es que entienden. Pero no perdemos nada con probar. Vamos a hablarles de sexo, gráficamente, explícitamente, sin la falsedad de los videos porno que ya han visto tantas veces (a eso se limita la vida sexual de muchos de ellos).

Manos a la obra. Vamos por más. ¿Estamos de acuerdo?

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