¿Dónde están?

Jamás vayan a pensar que los extraño. Sólo por curiosidad, ¿dónde están? La pregunta va para la extensa lista de personas que, durante la campaña electoral, no podían vivir sin mí, algunas llegando a decir claramente que yo era su esperanza de conseguir algo cuando ganáramos. Por más que les dije que no les conseguiría nada, que no me metí en eso por empleos para nadie, no había hora, ni siquiera las horas naturales del sueño, en que mi teléfono y mi correo tuvieran descanso. Nunca entendieron ni aceptaron que yo misma, muy temprano detecté que mi número en la fila de empleos era muy alto, que yo estaba bien atrás en esa cola, que por todos los lados, todos y cada uno de los que requirieron de mi colaboración o intervención, nunca pasaron de ofrecerme puestos de quinta, o sea, ponerme y mantenerme a su entera disposición. No sé cómo iban a abordarme a la hora de la verdad, porque mucho antes del día de las elecciones, cuando se les impregnó el vaho a ministros, directores, embajadores y demás, dejaron de saludar sin disimulo. Son muchos los cuentos de compañeritos, militantes debidamente organizados en su partido, asqueroseados por jefes y jefecitos en la curvita final. Siempre supe lo que me habría gustado: el servicio exterior, y no porque sea nada ni remotamente glamoroso, ni que produzca mínimamente estabilidad económica, que ya pasé por ahí, sino para cambiar de aire, para no estar aquí. Y también supe que no lo conseguiría. El único que me lo mencionó, sin la menor posibilidad de ofrecer nada, se sintió generoso, altruista, al sugerirme un puesto de subalterna, probablemente de él mismo. Mi interés principal era que el PLD perdiera las elecciones. En ello concentré todas mis energías durante los dos años que dediqué al proceso. Lamentablemente, el bando al que me adherí, el único con posibilidades reales, subestimó al enemigo. Y yo quedé en mi posición anterior, en la paz de mi trabajo independiente y en la zozobra de la inestabilidad e inseguridad del mismo, agravada porque la única atención estatal que provoca es un bloqueo de la DGII hasta que un inspector detecte que no di una dirección falsa, sino que me mudé, y que no estoy evadiendo el fisco, sino que mi producción no es constante ni abundante. Quedo también como si no existiera para quienes, durante la campaña, me juraban que les era imprescindible, tanto del lado de la organización como de quienes esperaban un cambio de partido en el poder para que a su vez, pobremente, les cambiara la vida. Mi teléfono ya no suena a ninguna hora. Mi correo, vacío. Yo, que tuve que abrir, no uno, sino dos correos electrónicos más por la cantidad de mensajes, ahora estoy pensando seriamente cancelar esos contratos tan caros de teléfono e internet. Me pregunto qué sería de mi vida en estos momentos si los resultados de las elecciones hubieran sido los que esperábamos. Me lo crean o no, me quedo como estoy, en mi mundo real. Como repite y repite un amigo mío, “en mi miseria, mando yo”. Capítulo cerrado.

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