Sigue el progreso

En la República Dominicana, el concepto de progreso no tiene la menor relación con el desarrollo. La sociedad dominicana ha aceptado vivir en condiciones de esclavitud para el beneficio de los señores feudales. Cada vez es más difícil producir el sustento familiar. Cada vez los servicios son más caros y menos eficientes. Para disponer de energía eléctrica, no basta con tener un contrato, pagarlo religiosamente a una tarifa alucinante, ni disponer de energía alternativa, llámese lámpara de gas, vela, inversor, planta. No. Tampoco es suficiente vivir en circuitos mal llamados 24/7. Cuando no es un transformador explotado u otra avería, es que están cambiando los cables, el caso es que siempre hay un motivo para que pasemos tanto tiempo sin luz que no hay inversor ni planta que aguante. Y, cuando llamamos a reclamar, no quieren darnos un número de reporte para no dejar constancia de las quejas ni del maltrato a los clientes. Por supuesto, en la mayoría de las viviendas del país, sin luz tampoco hay agua, porque se requiere de una bomba para hacerla circular por las tuberías. A pesar de que también es un servicio pagado en base a la lectura de un medidor, el agua llega cuando a la administración del acueducto le da la gana, por lo general sin fuerza, y por mucho que insisten en que se les informe de las averías, no hay manera de que aparezcan para repararlas, mientras el agua se desperdicia de forma rayana en pecado, en delito, y quienes la pagamos, carecemos de ella. Con temperaturas de más de 35º C, no hay forma de darse un baño o una ducha, de prender un abanico, mucho menos un aire acondicionado, no se puede fregar, ni lavar la ropa, ni plancharla, ni mojar las matas, en fin, una vida paralizada. La televisión, la radio, los celulares y las computadoras pasan a ser inservibles. Con esfuerzos sobrehumanos, creemos tenerlo todo, y quizás lo tenemos, pero no nos sirve de nada. Sólo Dios sabe el efecto que nos hace ver nuestros alimentos pudriéndose, después de la brega que nos dio producir el dinero para comprarlos, dar el viaje a un establecimiento donde lo único seguro es que nos están engañando, entre los precios y la calidad de los insumos; las maromas que hacemos para que nuestra comprita rinda, y que gracias a un apagón de dos días y medio, que ya se ha vuelto una rutina semanal, haya que tirarlo todo a la basura. Quienes vivimos de picoteos que realizamos en nuestros hogares, ya sean en una computadora o dependiendo de un congelador, queremos caernos muertos por lo que esto representa en pérdidas, no solamente materiales, sino morales. Pero nosotros decidimos ser cómplices de nuestra desgracia. Aceptamos vivir en el infierno para mantener la dolce vita de nuestros verdugos y permitirles que nos la restrieguen y, además, nos insulten, nos desconsideren, nos avasallen y nos flagelen. Miramos el espectáculo, opinamos tímidamente, y no hacemos el menor movimiento dirigido a la recuperación de lo que nos toca, lo que nos pertenece. Nos dedicamos a competir entre nosotros y no hay forma de que nos pongamos de acuerdo para el rescate de nuestra nación. Seguiremos progresando vertiginosamente hacia el subdesarrollo, botando el bofe para vivir cada vez peor, pagando servicios caros que no nos dan, comprando alimentos a precios exorbitantes que, si no vienen ya dañados, se nos dañarán, o sea, que no podremos consumir de ninguna manera, mientras vemos el surgimiento de la nueva generación de exitosos empresarios políticos, siempre a nuestras expensas.

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