El otro yo

Los dominicanos y las dominicanas tenemos nuestra honra y nuestra estima tan, pero tan baja, que nos hemos convertido en nuestro propio alter ego, el otro yo. Para darnos un poco de valor a los ojos de los demás, lejos de exhibir nuestros propios méritos y logros, por pequeños que sean, nos damos a la tarea de buscar a alguien a quien admiramos o a quien nos gustaría parecernos, y procuramos que se nos relacione con esa persona. Se nos llena la boca diciendo que somos amigos o relacionados de tal o cual personaje, y la triste realidad es que no siempre se trata de un modelo a imitar, ya que cada vez son más y más los casos de que el referente escogido lo que tiene para exhibir es mucho dinero, no necesariamente producto del ahorro de años de trabajo ininterrumpido, ni de ejercicio profesional, comercial o industrial. Somos ya demasiados los dominicanos que nos escudamos en personalidades ajenas para justificar, no digo yo nuestras acciones y omisiones, sino nuestra propia existencia. Es nuestra relación con alguien lo que nos califica. En muchos casos, esta costumbre nos pone precio, muy barato. Soportamos todo tipo de desconsideraciones, de desdenes, para mantener nuestra relación con quien convertimos en nuestro buque insignia, la bandera que mostramos antes de mostrarnos. A veces, podemos reírnos de eso, como el caso de quienes, antes de decir su propio nombre, se presentan como amigos o relacionados a un/a artista, por malo/a que sea. Pero parte el alma cuando lleva a muchos padres y madres a pasar la vida pagando préstamos para mantener a sus hijos e hijas en determinados centros educativos, y todo lo que eso implica, sólo porque ahí estudian los hijos y las hijas de Fulano o Mengano, convirtiendo conscientemente a sus proles en esclavos de las proles ajenas, al tiempo de transmitirles un deslumbramiento que no se entiende muy bien por compartir la vida académica, y por supuesto social, con compañeros y compañeras no necesariamente idóneos. Surge una competencia en todos los aspectos de la vida, que a su vez empuja a caminos no muy despejados para mantenerla. Una verdadera agonía. La cultura está tan arraigada que el Senado dominicano no eructa a la hora de homenajear a quienes se han pasado la vida lesionando moral y políticamente a la nación, como por ejemplo, hoy mismo, a Vincho Castillo, quien cumplió con creces su misión en la campaña electoral recién pasada. Se puede pensar que Vincho es el ego y Reinaldo y su comparsa son el alter ego de sí mismos.

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