Reflexiones de campaña

Dios y todos los que me conocen saben que lo único que el único interés de mi vida actual es que Hipólito gane las elecciones. Desde que se lanzó como precandidato, sólo funciono en esa dirección. Lo poco que está a mi alcance, básicamente mi bien más valioso, que es mi tiempo, está a la completa disposición de esa causa.

Trato de participar, hasta donde mis serias limitaciones me lo permiten, en la mayor cantidad de actividades. Claro que necesito de urgencia trabajar de forma estable (la otra vez no hice nada de campaña y me dieron un buen trabajo). Claro que me gustaría tener la oportunidad de dejar algo hecho en esta sociedad.

Pero mi principal móvil es preservar la vida. Es que, si por cualquier revés o desgracia, el PLD se quedara en el poder, no tendré vida ni para acabar de enterarme. Ahí mismo me caigo muerta. No lo soportaría. En serio.

Nunca como en esta campaña había visto tan claramente la diferencia entre lo corporativo y lo operativo y a la vez, el papel de la edad y la experiencia en esos dos roles.

A los sesenta años, no se parece en nada acudir a una reunión a aportar y debatir ideas, planes, propuestas, programas, intentar poner en claro cómo deben ser las cosas, cómo debemos comportarnos incluso entre nosotros mismos para ser y parecer confiables, qué hacer para mejorar de alguna manera la vida insoportable y poco digna que estamos llevando, a meterse en una caravana en medio de un estrépito alucinante.

Lo que gratifica de verdad es sentarse en un banco de parque en pueblo pequeño y escuchar a esa gente que no va a reuniones, ni a actividades en clubes y hoteles, ni a caravanas ni marchas, ni intenta acercarse a saludar y tocar físicamente al candidato, ni espera menudos para transporte y refrigerios, decir en tono firme que marcará la casilla número uno el 20 de mayo.

Todavía me espanta, a pesar de haberlo visto toda la vida, esa necesidad aparentemente vital de medir los milímetros de cercanía con el candidato y deslumbrar a los demás. Las cosas que se les ocurren a muchas personas para lograr acercarse, para mercadearse como útiles y necesarias, alcanzan para el mejor tratado de ontología.

Eso, que en el caso de Hipólito, podemos decir sin el menor resquicio de duda, que es un hombre querido, acogedor, con imán, con calidez, que conoce a todo el mundo por su nombre y por su historia, que valora todo el apoyo por igual, que sabe exactamente qué, cómo, por y para qué lo está haciendo cada cual en esta cruzada. Muy interesante el proceso.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Memorias de Gestión Consular

Prestigio prestado

Cuando baila un buen merengue