Hostilidad
Quizás hoy sea el día más inapropiado para tratar este tema, pero amanecí
pensando en que nuestra hostilidad hacia los haitianos es tan, pero tan extrema
que, siendo Haití el país más cercano a la República Dominicana y siendo los
haitianos los extranjeros con mayor representación en nuestro territorio,
nosotros no sabemos qué comen, no conocemos sus platos ni consumimos sus
productos.
Es decir, miren lo lejos que nos queda China, y en todas las esquinas hay
cuando menos un pica pollo chino con un menú que hemos adoptado, a pesar de que
quienes han tenido la oportunidad de viajar hasta allá no lo han encontrado en
ninguna ciudad. Muchos de nosotros compramos productos chinos no solamente en
el barrio del que disponen en la capital, sino en cualquier negocio. ¡Oh! Pero
hasta el puerco asado lo estamos prefiriendo en cajas chinas (a mí no me gusta,
para nada).
Así, comemos platos italianos, principalmente pizza y pasta; kipes, tipile
y repollos rellenos árabes; paellas españolas; mofongo puertorriqueño; asados argentinos; empanadas
chilenas; sushi japonés; tacos mexicanos; los más parejeros, quesos y vinos
franceses.
Somos tan peculiares, que hasta llenamos restaurantes cubanos por moros de
habichuelas negras con carne ripiada (ropa vieja) y fritos maduros, platos que
también elaboramos aquí, igualmente sabrosos.
El país está lleno de franquicias de comidas rápidas, principalmente de
hamburguesas y pollo frito al estilo de los Estados Unidos. Ya nuestras
lechosas son hawaianas todas. No queda ni media lechosa criolla en todo el
país.
Y nuestros expendios de comidas crudas y enlatadas, llenos de
representaciones de los más exóticos rincones del mundo. Hasta la leche en
polvo viene de un lugar tan lejano como Nueva Zelandia, que poca gente sabe dónde
queda.
Pero nadie sabe, ni le interesa, en qué consiste el menú haitiano. No
sabemos qué comen en Haití. No sabemos si la comida haitiana es buena o mala, saludable
o dañina, si nos gustaría o no. No hay un solo restaurante, ni un solo
tarantín, ni un solo producto en un tramo de supermercado importado de Haití. Nada.
Es demasiado desinterés, siendo nosotros tan curiosos, por no decir
pendencieros. Y resulta muy extraño que no haya siquiera un rinconcito donde
sirvan platos de nuestro vecino más cercano, ni siquiera para el consumo de sus
propios nacionales menos pobres, ni de los extranjeros de otros países tan
dados al deporte de probar comidas de todas partes.
Lo mismo ocurre con la música. De todas partes, menos de Haití.
Lo mismo ocurre con la música. De todas partes, menos de Haití.
Realmente, es el colmo de la hostilidad. En cambio, vamos a los mercados de
la frontera, les compramos todos esos perfumes, ropas, zapatos y demás
donaciones que reciben y venden a precio vil, con los que llenamos maletas y
revendemos en nuestras comunidades diciendo que fuimos a comprar a Panamá;
vemos con mucho menos que indiferencia, casi con agrado cómo los “agentes del
orden” les cogen los cuartos para dejarlos pasar a depositar los documentos de
inscripción al plan de regularización y, después que entran, los mismos agentes
los sacan a golpes y, bueno, lo demás no hay para qué contarlo. Patético.
Comentarios
Es tolo lo que puedo escribir.
Perdoname, es que la riza no me deja..