Otra vez, caravaneando

Cuando iba a empezar a narrarles mi caravaneo del sábado por el suroeste, con Hipólito por supuesto, revisé los comentarios a mi artículo anterior (no se pierdan esa saga) y encontré uno de quien dice llamarse Pedro que me deshace el hilván de lo que pensaba escribir.

Ya venía en la onda de la reflexión sobre esas actividades de campaña, esas movilizaciones de tantas personas, de las cuales, a la mayoría les urge – no una mejoría, sino – un alivio a lo que nos atrevemos a llamar la calidad de sus vidas, y los menos, dejando pruebas materiales de su presencia en esos actos para la hora de pasar factura y reclamar “lo suyo”.

El comentario de Pedro me obliga a hacer un alto y leer más de una vez que para los de nuestra generación, los sesentones de ahora, los del medio millón de la UASD, “…todavía para esa época la dignidad, el valor, la capacidad de entrega y de sacrificio no habían desaparecido. Eran los tiempos en que estudiábamos para ayudar, para servir, con el deseo de construir un mejor país para todos, aun a riesgo de que todos nuestros sueños y esperanzas juveniles desaparecieran en un segundo dejando sólo una mancha roja.”

Se supone que nos capacitamos para “construir un mejor país”, preferiblemente mediante la prestación de nuestros servicios al Estado a cambio de un sueldo que nos permitiera vivir con decoro. Eso aprendí en la escuela – todavía impartían Moral y Cívica, en la UASD y en Francia. Parecía ser un principio universal, por demás sensato, decente, y hasta noble.

Aquí estamos, bailando pegaditos a los sesenta años de edad, viendo cómo nos quedamos sin alcanzar esa meta, en qué se han convertido quienes sí la alcanzaron, y qué esperan quienes todavía confían en alcanzarla. No sé cuál de los casos es más triste. Tenemos un país comparable a la vaca de Nena, que no da más leche, ya sólo da pena.

No nos interesamos demasiado en los aparentes ideales de los padres de la Patria. No prestamos demasiada atención al verdadero legado de los padres de la Patria Nueva, léase Trujillo, Balaguer, Juan Bosch y Peña Gómez. No nos organizamos correctamente. Confiamos en las personas equivocadas, en las promesas equivocadas, en los partidos equivocados, incluyendo las izquierdas. Confundimos la lealtad con la sumisión.

¿En qué tramo del camino se quedaron la dignidad, el valor, la capacidad de entrega y de sacrificio? ¿Qué hicimos los que no desaparecimos con nuestros sueños y esperanzas juveniles dejando una mancha roja? Hicimos todo mal. Peor, no hicimos nada.

NOTA: Los detalles del viaje quedaron en el tintero. Muchas gracias al síndico de Barahona por ese almuerzo tan espléndido y exquisito, y a mis amigos y amigas que hicieron posible este periplo.





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