Après moi, le déluge
Así respondió el Bienamado Luis XV a uno de sus asesores cuando éste le
advirtió que se exponían a una revolución de seguir aumentando la carga
tributaria al pueblo en aras de su vida desenfrenada. Para quien nació en un
palacio y fue rey desde los cinco años de edad, el pueblo era una cosa lejana,
distante, algo con lo que no tenía que ver, a quien no creía deber nada y
juraba merecerlo todo.
Creció viendo con naturalidad las guerras, las intrigas y lo único que en
realidad le interesó en la vida fue su propia bacanalia, una homosexualidad tan
reprimida que desató una escandalosa promiscuidad con las damas de la corte, en
especial con las famosas Madame Pompadour y Madame Du Barry.
De no haber sido por los efectos demoledores de ese reinado en la historia
europea, Luis XV sería digno de mucha lástima, por ignorante, por inconsciente,
por débil y, efectivamente, por ese diluvio que fue la Revolución Francesa que,
literalmente, costó la cabeza a su sucesor Luis XVI y a María Antonieta.
Si nos ponemos a leer las historias de las monarquías, las biografías de
los monarcas, el único factor común y constante en todas esas vidas es la
tristeza, el vacío existencial, no saber qué hacer con tanto poder y tanto
dinero, no hablemos de los criterios tan absurdos a la hora de tomar decisiones
de Estado.
“Después de mí, el diluvio.” ¡Cuánta irresponsabilidad! ¡Cuánta indolencia!
¡Cuánta egolatría! Y repito: si leemos su vida, desde su nacimiento, no se
acepta, pero se entiende que lo que menos le importara en la vida es lo que
ocurriera con el país que reinaba, con la población que lo mantenía a todo dar
a expensas de su hambruna.
Cuando Luis XV dijo la lapidaria frase, su favorita, la que hizo construir
habitaciones con escenarios para presentaciones teatrales, palacios y palacetes
en diferentes lugares para cambiar de aire, Madame Pompadour, aclaró: “Après
nous, le déluge.” Es decir, se incluyó: “Después de nosotros, el diluvio”. Y,
no sé por qué, cuando imagino la escena, quienes vienen a mi mente son los
peledeístas.
A diferencia del monarca francés, ellos no nacieron en las entrañas del
poder. No accedieron a él de forma natural, por herencia ni por méritos
propios. Fue de manera coyuntural, un chepazo, dicho en buen dominicano.
Cuatro períodos de gobierno, tres de ellos consecutivos, y se les acabó la
creatividad, la capacidad de simulación, el más mínimo interés de convencer al
pueblo que los mantiene en la opulencia, y no una opulencia cualquiera, a
cambio de su desamparo. Ante la inminencia de perder el poder, ante la
evidencia de la clase de personas que realmente son, el mensaje que nos están
enviando hace rato es que les importa un pepino lo que ocurra. Después de
ellos, el diluvio.
Felizmente, sabemos que el agua limpia, purifica, desintoxica. El agua es
vida. Mucha agua será mucha vida. Tenemos el arca lista. Somos isleños, sabemos
nadar. Bienvenido sea el diluvio post-peledeísta.
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