Desalmado, desarmado
Durante una temporada más bien larga en que la estaba pasando bastante mal
debido al derrotero que tomó una preciada y preciosa amistad, un amigo,
profesional de la conducta, me recomendó que me alejara, que el “adorado
tormento” era un desalmado. Otro amigo, también profesional de la conducta, más
empapado de los detalles del caso y, principalmente, más benévolo, entendía que
el tipo no era desalmado, sino desarmado, que carecía de herramientas para
bregar con la inexplicable situación. Terminé aceptando que era las dos cosas,
desalmado y desarmado. Y me quité, evitándome así cualquiera de las dos
posiciones: víctima de un desalmado o victimaria de un desarmado.
Mi padre, de 93 años cumplidos, en cualquier momento puede pasar a otro
plano de su evolución. No me corresponde calificar este arco de su círculo,
pero de él sí puedo decir con propiedad que se le fue la vida brincando de
desarmado a desalmado, de desalmado a desarmado, y las dos cosas a la vez. Si a
ver vamos, todo se resume en miedo, la emoción contraria al amor.
Todo lo que con tanto esfuerzo construyó de la nada y que debió darle tanta
satisfacción y orgullo, hacerlo sentir un héroe de la superación personal,
aparentemente le quedó grande y, en vez de crecer para disfrutarlo a la altura,
le salió más cómodo destruirlo sin piedad ni misericordia.
No perdió ocasión de restregarnos la felicidad y el bienestar que había
logrado lejos de esa peste que fuimos nosotros, por orden de edad, su esposa
(mi mamá), su hija (yo) y su hijo (mi hermano). Claro, nadie había visto - ni
tenido suficiente imaginación para adivinar - en qué consistía tan cacareada
suerte. Le creímos y aceptamos – eso sí, muy lastimados, completamente disminuidos
- el argumento de que todo era más sencillo, más llevadero, menos forzoso en
términos sociales y económicos.
Una vez muerta mi madre, decidí acercarme a conocer el paraíso por el cual
él cambió ese infierno que éramos nosotros y que, misteriosamente, dejó de
serlo con su partida. Me quedé seca. De verdad, me perdí entre lo desalmado y
lo desarmado.
Su nueva familia (de algo más de 40 años) no conoce nuestra historia. Apenas,
algunos retazos de su versión, sin grandes detalles. Ahora no entienden que se
auto-incrimine de brutal (no encaja con el cuento que han oído ni con el hombre
que han convivido). Extrañamente, comprenden mi negativa a despedirlo en vida,
pero me piden que lo haga. Creen que es todo lo que él espera para partir, y
deben estar, la esposa y las tres hijas, agotadas, porque el lecho ha sido largo.
Disculpen que comparta esto con ustedes. No es justo, como tampoco lo es
contar con que no me digan rencorosa. En este caso, el rencor no juega ningún
papel. De ser “la luz de mis ojos”, repentinamente pasé a ser “un miembro con gangrena
que tengo que amputarme para no podrirme entero”.
Señalada, acusada, desacreditada, condenada. ¿Ahora atormentada? No puedo.
No quiero. No debo.
Comentarios
Yo tenía la esperanza de que con mi viaje desde Costa Rica, después de 5 años sin ir a la R.D., pudiéramos visitar juntos tú y yo a tu padre como despedida. (A sus 93 años no tenemos la certeza de que nos sobreviva a ambos o viceversa...).
Yo tengo solamente gratos recuerdos de Vinicio Álvarez.
No pierdo esa esperanza.
Cariños.
Ramón"