A doña Susana con cariño

¡Qué suerte tuvimos mis amistades, mi mamá, mi hija y yo! Cuando me dio por hacer fiestas en mi casa, celebrando por grupos los cumpleaños de mis amigos y amigas, doña Susana nunca faltó. Pasaba la parte temprana de la fiesta viendo sus novelas por televisión con mi mamá, que era su amiga, y el resto disfrutando con mi manicomio privado. Para colmar mi suerte, dispongo de un disco de merengues con la orquesta de Napoleón Zayas que incluye La Maricutana, merengue favorito de doña Susana, y también cuento con tremendo equipo de amigos bailadores que se disputaban por bailar con ella.

Muchas veces la acompañé a las actividades sociales de las que se nutría del material para su adictiva columna y, tengo que resaltar que, sin que ni remotamente estuviera de acuerdo conmigo en mi forma de ser, de actuar y de pensar, siempre tuvo palabras de respeto hacia mí, tanto en lenguaje oral como escrito, cosa que no siempre agradaba a algunas de sus lectoras cautivas.

¿Cómo olvidar aquella fiesta de Navidad en la Academia de la profesora Angelina Tejada (escuela de bailes de Chicha), durante la cual no se sentó ni un segundo, baila que te baila, y eso que veníamos de la fiesta anual de Dominique y Hatuey, que también es de pie?

Tampoco olvidaré su travesura de asistir conmigo a la cena anual del Country Club, sabiendo de antemano que muchas de sus amigas, también amigas de infancia de mi madre, se la pasarían bien bravas con mi sola presencia. ¡Cuánto gozar! ¡Y aquella noche en el Clarion, con los Paymasí! ¡Y la gira a El Sartén, que no le gustó!

Gracias, doña Susana. No creo que en la República Dominicana, en toda su historia, nadie mejor que usted represente el símbolo de la alegría de vivir. Gracias por su cariño, por compartir con nosotras su amor a los animales, por acudir a todas nuestras invitaciones, por invitarnos a las actividades a las que asistía, por todos sus comentarios sobre mí, sabiendo lo que se estaba echando en contra.

Gracias por esa reciente tarde que pasamos juntas en su galería, Elisa, usted y yo, “chachareando”, como le gustaba decir. Gracias por su auténtico júbilo cuando le dijimos que Elisa se había graduado en la universidad.

Discúlpenos mucho porque no fuimos a acompañarla a su último paseo, pero la verdad es que, aun sabiendo que vivió muchos años a plenitud, estamos un poco reacias a aceptar la realidad de su partida. En su memoria, puse a sonar La Maricutana una y otra vez, y la recordaba en la sala de mi casa bailando con algunos de mis amigos.

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