Arrimados

Así llamamos en buena parte del mundo a las personas que viven en casa de otros por situaciones, en principio momentáneas, que impiden seguir manteniendo la vida independiente. Los arrimados o recogidos disponen, mientras dure la buena voluntad de quien los acoge, de prerrogativas que de todos modos son pocas y, sobre todo, de absolutamente ningún derecho. Toma un tiempito descubrir qué molesta y qué no a quienes viven en la casa, pero al final, el resultado es el mismo: les molesta todo, les molesta la simple existencia del recogido. Se sienten abusados y perciben su gesto inicialmente solidario como un error garrafal. Desde que el arrimado empieza a notar que las pequeñas contribuciones que pueda hacer en tiempo, esfuerzo o dinero ya no son bienvenidas, se siente expulsado del hogar que lo acogió y debe poner la proa hacia otro lugar. Mientras lo encuentra, lo más prudente es pasar el mayor tiempo posible fuera de la casa. En el caso de quienes están pasando por una situación devastadora, hay que agradecer para siempre la dicha de haber encontrado quien los recibiera en su casa, sabiendo de antemano que su sola presencia altera la dinámica de los que viven allí. Sin embargo, hay arrimados que llegan y, al menor descuido, desplazan a los dueños legítimos del espacio. Invierten los roles. ¡Qué brega y cuántos disgustos trae revertir la situación, recuperar el espacio perdido y lograr que el arrimado se vaya! Esa es la situación que estamos viviendo los dominicanos. Han querido hacernos sentir arrimados en nuestro propio país. Han querido llevarnos a olvidar que el país nos pertenece, que somos sus dueños y que tenemos a quién dejárselo: a nuestros herederos naturales y de pleno derecho. Han tomado nuestras pertenencias, ya no en administración, sino en propiedad. Nos empujan a arrinconarnos, a no molestarlos y, preferiblemente, a largarnos y dejarles el claro, eso sí, pagando las incalculables cuentas que han hecho a nuestro nombre. Mientras más se prolonga la situación, más nos exponemos al crecimiento de los abusos, que se convierten en atropellos, desconsideraciones, maltrato. Pretenden debilitarnos, esclavizarnos en la misma medida en que saben que no pueden engañarnos más. Quisieran vernos muertos, pero nos necesitan vivos. Entonces, mientras más nos reduzcan, nos disminuyan, nos aniquilen, mejor para ellos. Diferente a los casos entre familiares y amistades, que dirimen estas desavenencias de otra manera, cuando se trata de gobernantes y gobernados el asunto es muy serio, puede resultar tan peligroso como la dimensión de los espacios y bienes usurpados. Los dominicanos y las dominicanas no deseamos continuar sintiéndonos arrimados en nuestra propia casa que es la República Dominicana. Para recuperar nuestro patrimonio, desinfectar y reparar nuestra casa de familia que es todo el territorio nacional y sentirlo de nuevo como el hogar de todos, vamos a esperar la vía constitucional, las elecciones del 20 de mayo. Pero de ese día no pasamos. ¡Fuera!

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