Dos conocidos de siempre

Aunque nunca nos hemos cruzado ni media palabra, Pepe Goico y yo nos criamos en el mismo barrio, en la zona universitaria, a una cuadra de distancia. Mi mamá se trataba con su mamá, al igual que mis tías que entonces vivían al doblar de mi casa, en la acera del frente de Lolón Guerrero, por cierto en una casa en la que mucho después, según vi en televisión, vivió Félix Bautista en calidad de bordante. Pepe nunca ha sido simpático ni suele meterse con nadie. Su único interés a la vista es que a Hipólito no le fallen ciertos detalles que le son de importancia, esas cosas que deben estar a punto para una persona de responsabilidades mayores. No se le percibe capacidad real de participar en una trama, más allá de alejar a como dé lugar a quien sea que le parezca inoportunamente cerca del próximo presidente. Pepe Goico no nació ni se crió en la pobreza, no luce millonario y, eso sí, es un hombre de toda confianza de Hipólito Mejía. Quienes apoyamos a Hipólito, vivimos en la tranquilidad de que, si Pepe está en el lugar, nuestro candidato dispone de todo lo que pudiera necesitar. Por otro lado, Carlos Morales, en otros tiempos solícito amigo de mi papá, con quien no le fue nada mal durante la - por él mismo desaparecida - era del azúcar, también es un hombre de familia, además, muy rico. Lleva ocho años seguidos de canciller, más los años, no recuerdo cuántos, de canciller de Balaguer. No califica para resentido social ni político ni económico. A estas alturas, se esperaba de él un conocimiento mínimo de la diplomacia, del rigor de los tratados que la rigen, por muchos negocios que se comente que él tiene en Haití. Se pensaba que él tenía un nombre que cuidar pero, sobre todo, que sería incapaz de poner, no uno, sino dos países en peligro, sólo para dar gusto a su muy pronto ex jefe. Precisamente el jueves, que tantos dominicanos descendientes de haitianos protestaban porque les niegan sus cédulas de identidad; el jueves, que por encima de los ingentes esfuerzos de Félix Bautista, el senado haitiano ratificó el nombramiento del primer ministro; el jueves, que ese primer ministro ratificado declaró que revisaría minuciosamente los contratos objeto de los escándalos; el jueves, que, una vez más, Leonel juraba estar “comiéndosela” en playas extranjeras; el jueves, se presta el más experimentado canciller dominicano a un grotesco espectáculo que pudo haber desatado una guerra. De los demás, no digo nada, porque nada se espera de ellos. Son socios entre sí, y advenedizos en puestos normalmente inalcanzables de los dos gobiernos. Son súbditos de The Lion King en su versión sórdida. La parte buena es que absolutamente nadie bailó el ensayado estrépito de la desafinada orquesta. Se quedaron con la cara bien larga y, de paso, convirtieron a Pepe Goico en mártir. El que no tiene perdón de Dios, insisto, es ese empleado nuestro inconsultamente privilegiado por tantos años, y presidente del partido de Balaguer por encima de la voluntad de los reformistas, Carlos Morales.

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