¡Qué fastidio!

Nunca he visto al ministro de salud pública. Recuerdo, cuando conocí a sus padres en su casa de familia, que en Salcedo se hablaba del tal Bauta como el mejor síndico que habían tenido en toda sus historia. Ya para entonces era senador. A pesar de esos dos puestos de tan bien ganado descrédito, se hablaba bien de él. Claro, era peledeísta, pero todavía el PLD no había sido gobierno. Ahora, como ministro de salud pública, su gestión es sencillamente lamentable.

En honor a la solidaridad de su hermano cuando éramos compañeros de causa y al recuerdo de aquella señora tan acogedora y afable con la que pasé horas conversando en la galería de su casa sin adivinar que moriría poco después, hará 16 ó 17 años, obviaré el tema del seguro de salud de su hermana.

Pero, ¿cómo fue que no tuvo autoridad para detener ese caldo de cultivo que instaló el síndico de la capital en el malecón, rodeado de fotos suyas por todas partes, de todos los tamaños y a todo color, como para que a nadie se le olvide, cuando dentro de pocos días broten los virus, parásitos y bacterias, quién fue el causante?

Bueno, pero el fastidio al que quiero referirme es al que están pasando los médicos graduados en los últimos dos y tres años. No hay una sola diligencia que no implique boches y maltrato de parte del personal del ministerio, del departamento que sea. Acabados de graduar, lo de la pasantía fue dantesco.

Ahora se les han juntado dos situaciones: una, el exequátur. Todavía el mecanismo es el que estableció Trujillo para decidir, tirano al fin, su emisión o negación de acuerdo a su mejor criterio: un decreto presidencial que, antes de llegar donde lo firman, da más vueltas que un perro para acostarse.

Mi hija y sus compañeros llenaron los trámites en octubre del año pasado, tan pronto terminaron la pasantía, y la noticia más reciente que les dieron en Salud Pública, de manera nada amable, es que llamen dentro de tres semanas ¡a ver si ya están!

Me consta que en enero llegaron los expedientes a la Consultoría Jurídica de la Presidencia, debidamente revisados y numerados por el Ministerio de Educación Superior. Parece que a Leonel le ha faltado brazo para firmar (dudo que esté careciendo de tinta, ¿verdad?), mientras los nuevos profesionales de la Medicina están privados de ejercer sus carreras, como si no necesitaran trabajar ni el país necesitara médicos.

Por si lo anterior no bastara, los que pasaron el examen para las residencias médicas (ésa es una excelente historia de realismo mágico) se están llevando sorpresas de todo tipo: cuando van a depositar los documentos para el concurso, se encuentran con que nada es como decía en el anuncio de prensa ¡de dos páginas enteras!, que tampoco mencionaba que hubiera que pagar para que les recibieran los papeles. Lo único que no los sorprendió fue la grosería, no porque se hayan acostumbrado, sino porque nunca ha sido diferente.

¿Cómo puede funcionar un sistema de salud que maltrate y ponga obstáculos a los únicos que pueden ponerlo en marcha?

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