Cosas de “hombres”
Acabo de escuchar a un “hombre” insultando a su mujer. Que conste que no
quiero saber de ella ni en pintura. Es una vecina sumamente desagradable. De
ahí a contentarme por todo lo que el marido le dijo, hay un paso bastante
largo. Siendo ella la propietaria de esa casa, el tipo le voceó para que lo
oyera todo el barrio “si lo que quieres es estar cogiendo hombres, vete,
vagabunda”. Y estoy segura de que era a la esposa y no a la hija por el
infaltable colofón “maldita vieja del diablo”.
Realmente me sorprende que una mujer con tan buena boca para irrespetar a
los demás se haya quedado callada ante el embate, pero lo cierto es que, aparte
de que vive fajada trabajando, incluso los domingos y fiestas de guardar, y él
no hace absolutamente nada, lo único claro, al menos para mí, es que el “hombre”
hace tiempo que dejó de serlo a cabalidad – si alguna vez lo fue – y da por
hecho que cada vez que la doña sale, digamos que a surtir su despensa o lo que
necesita para su negocio o donde le dé la gana, ella se ve con alguien. Un ataque
de celos, de ésos que con tanta frecuencia terminan en las páginas de la
crónica roja.
Supongamos que la señora tuviera un amante. Lo dudo, pero debería. Eso
mismo, “coger hombres”, como le voceó el marido. ¿Eso la convierte en
vagabunda? ¿Eso le permite a él, ya no solamente insultarla, sino botarla de
una casa donde él no ha puesto ni un solo block? No quiero ni pensar en lo que
habríamos oído si en vez de “coger hombres”, como él supone, ella ejerciera su
sexualidad de una forma más diversa, por ejemplo con otra mujer, o con mujer y
hombre a la vez o alternando, o como más le guste.
¿Por qué él no le reclama que ella trabaja demasiado? ¿Qué lo hace pensar
que si él ya no sirve para nada, que quizás no sirvió nunca, ella tiene que
renunciar al sexo? Francamente, nuestros hombres piensan mal. Saben que el sexo
sirve para sentir placer, pero creen que es una prerrogativa reservada
exclusivamente para ellos. Tan así es que miren lo fácil que éste le dice
vagabunda a su esposa porque la supone disfrutando de un derecho inalienable
que, repito, estoy segura de que no es así y, sin embargo, me atrevo a apostar
que si fuera él quien de verdad tuviera una aventura o relación extramarital le
faltarían plumas de pajuil para pavonearse. Lo mismo que sería gloria para él,
por ser varón, es ignominia para ella, por ser hembra.
Pero no le da el menor resquicio de vergüenza que ella lo mantenga, le
parece “proper” vivir en casa de ella y pasársela sentado bajo una mata
mientras ella trabaja de pie horas muertas. Yo le tengo el agua puesta. Ayer,
bajo un aguacero, se presentó a mi casa y, ante la bulla de los perros, mi hija
salió a ver quién estaba ahí. Sin el menor saludo ni la menor cortesía, le
ordenó que moviera el carro para el destapar el tubo de nuestra cuneta que vive
tapado y maloliente con la basura de ellos. Por supuesto, mi hija no se inmutó
y él dio media vuelta y se fue. Hoy, el carro no está ahí, pero no ha venido a
limpiar su basura de mi frente. Prefirió usar el tiempo insultando a la mano
que le da de comer.
Va a resultar más cómodo denunciarlo como agresor de su esposa, sí.
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