Los “delíveris”



Hace años, tengo la mala costumbre de preguntar sobre sus condiciones de trabajo a las personas de casi cualquier profesión u oficio, principalmente a aquéllas que a todas luces trabajan mucho y ganan poco.

Muy temprano esta mañana, sí, de domingo, regresando de llevar a mi hija a trabajar al hospital, alcancé a ver tres jóvenes que se dirigían a pies desde la Autopista Duarte hacia mi barrio, que es un buen trecho. Cuando se viraron a pedirme bola, reconocí por lo menos a uno de ellos y los monté en el carro. Son los delíveris del colmado donde compro.

De ninguna manera iba a perder la ocasión de enterarme cómo funciona esa relación colmado-delíveri, porque hace unos años había oído que esos muchachos recibían cada mañana una suma determinada de dinero con la cual pagaban los encargos antes de salir del colmado y la completaban tan pronto el cliente les pagaba, de manera tal que, al final del día, esa suma de dinero era la misma que habían recibido y que devolvían al administrador a la hora del cierre. Aparentemente, eso dio lugar a muchos sobreprecios, y ya los precios de los colmados son altísimos.  
 
Esta vez, quizás por ser domingo, mi curiosidad iba dirigida a los días libres, a las horas de trabajo diario. Y lo que me dijeron fue lo siguiente: trabajan de 7:30 am hasta las 10 pm; algunos días, supongo que viernes y sábados, hasta las 11 pm, en razón del dominó y las cervezas. Disponen de tres días libres al mes, o sea, un día libre por cada diez días de trabajo. ¡Y ganan seis mil pesos! ¡Menos de ciento cincuenta dólares al mes!

Quince horas diarias de trabajo, ya sea bajo el sol inclemente o bajo un aguacero. No hay tiempo ni para pensar en estudiar, para nada que signifique superación. No se me ocurrió preguntarles si les dan las comidas, pero aun en ese caso, seamos serios, cualquier colmadito de nada vende seis mil pesos en un ratito. Por mucho que paguen de alquiler, de luz, de teléfono, de abastecimiento, hay que ser no sé ni qué para explotar jóvenes de esa manera.

Podemos tranquilamente inferir que en barrios más pobres que el mío, en pueblos y campos, ganan menos y quizás hasta trabajen más. Si multiplicamos tímidamente por tres o por cuatro muchachos en todos y cada uno de los colmados que existen en nuestro territorio, sin lugar a dudas, estamos frente a un sector numeroso de la población que, como tantos otros, no tiene la menor idea de que, si se organizaran, no solamente podrían conseguir mejores condiciones de trabajo, sino que hasta podrían decidir las elecciones.

Todos consiguen pequeñas propinas cada día, a veces no sólo por el servicio de entrega, sino porque algunas amas de casa los aprovechamos para que nos ayuden a rodar un tarro o un mueble, o a sacarnos algún artículo pesado del carro, o a empujar el carro cuando no prende, y cosas por el estilo. Yo los boroneo cuando se suben al techo a poner cloro a los tinacos, y les doy cualquier menudo en Navidad. Y confieso que me pongo muy brava cuando no tienen el vuelto completo.

Muchos ponen sus esperanzas en los números que juegan. Otros aprovechan para hacer entregas discretas de encargos privados u otras mercancías de otros negocios, incluyendo droga. He visto que su gran diversión es apostar en las peligrosas carreras de motores que echan cuando coinciden con colegas de otros colmados. Y no son pocos los familiares de esos muchachos que viven tranquilos porque saben que sus hijos están ocupadísimos y, aunque no puedan aportar gran cosa a la familia, tampoco son carga. Y se acabó el pensar. 

Nunca he oído a un político ni a un representante de la sociedad civil, ni a nadie de los tantos que alardean de sus inquietudes por la juventud, iglesias incluidas, mencionar ni por error a esa numerosa clase laboral compuesta por todos esos muchachos que hace años nos evitan los viajes a los colmados.

En peores condiciones trabajan los empacadores de los supermercados. A ésos no les pagan nada, trabajan sólo por las propinas. No los dejan entrar más allá de las cajas y escriben sus nombres en las tirillas, de manera que si alguien reclama que le falta un artículo de su compra, se lo cobran. Cierto que trabajan las horas que quieren y pueden, pero más cierto es que cuando no están en el supermercado no tienen acceso a las propinas. 

Y aquí aprovecho para contarles que las cajeras ganan mucho menos que las empleadas domésticas, en sueldo, y no les dan transporte, ni comida, ni agua, ni refrigerios a pesar del número de horas que trabajan. Por supuesto, cuando la caja no cuadra, les descuentan de sus sueldos el faltante, que no sé cómo puede faltar nada con la cantidad de pesos que dejan de devolvernos. Que si seguimos con la lista de jóvenes “privilegiados” porque trabajan, …

A ver si nos disponemos a ocuparnos de ellos. Al igual que tantos otros trabajadores, mucho antes de la edad de retirarse, tendrán que apearse de las motos y dejar de distribuir pequeñas compras. Sin haber ahorrado un solo peso, quizás hasta endeudados, muy tarde para empezar a estudiar, inexistentes en la seguridad social y extremadamente expuestos a ganarse la vida con lo primero que se les presente, sabiendo, como en efecto sabemos, qué es lo primero que se les presentará.

O caen en las manos de un político para que les caravanee y consiga más caravaneros, abanderados y pega-afiches; o en las de un traficante, que puede ser político a la vez y proponerles un aparentemente irresistible dos en uno. Que si además de traficante y político, tiene algún determinado apetito sexual, el famoso lubricante aquél, 3 en 1, viene quedando chiquito.

Hasta ese punto nos han cosificado. Así está nuestra juventud, desamparada, inconsciente y sin la menor esperanza de nada. Trabajemos eso, ¡ya!

Comentarios

Luz del Alba ha dicho que…
Tal como lo cuentas es de trágico y doloroso; los deliveris laboran también en las farmacias y en restaurantes, e imagino que en igualdad de condiciones. Hace menos de dos semanas un empleado de farmacia se me estrelló contra el carro y no tenia seguro médico, después que lo chequearon los médicos del 911 lo llevé al Centro Médico Real y la broma me costó casi cinco mil pesos.Nuestra juventud pobre esta explotada en trabajos como esos, en la prostitución en comunidades turísticas o en el narcotráfico. Y dicen que es el futuro de la Patria.

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