La protesta



Para demostrar consistencia con mis permanentes quejas, inconformidades, indignación y asco, asistí a la protesta que tuvo lugar la tarde del jueves pasado frente a la Suprema Corte de Justicia. Me preparé mental y emocionalmente para no dar paso a la negativamente extraña sensación que tengo cada vez que me veo en medio de una multitud. 

En el plano social, no se podía pedir más. Muchas personas querida, apreciada, muchos con quienes rara vez me comunico pero que nos ponemos contentísimos de vernos y otros a quienes no conocía pero quería conocer; más las tantas incidencias que van de simpáticas a cómicas. Por risa no fracasamos, particularmente al notar que por lo menos una de las empleadas de la SCJ que miraban la actividad desde la terraza del último piso saludaba al mejor estilo de las reinas de belleza en los desfiles.

Sin embargo, no quiero privarme de hacer algunas observaciones. Sí, las hago porque esto de protestar no va a terminar por todos estos ratos, como van las cosas. Entonces, si me conceden razón en una, varias o todas, quizás se pueden evitar o corregir para la próxima.

Déjenme salir de ésta primero, para no llegar al final atragantada. El Bacho se apareció con un pobre gato enjaulado que se puso frenético entre la multitud y la bulla, principalmente el volumen de las bocinas. Le dije que eso era maltrato, abuso, que los gatos mueren de tensión (stress). No había necesidad, francamente.

Dar turnos para hablar a veintiocho personas es una barbaridad. Que en su mayoría fueran presidentes de partido, casi todos aspirantes a candidaturas preferiblemente presidenciales fue otra barbaridad. Estoy muy agradecida de Hipólito y de Luis, que si acaso tenían turnos, no los usaron. Estaban ahí, sí, pero no capitalizaron la actividad. Por el PRM, habló Andrés Bautista. Y la asistencia de los organismos del Distrito Nacional fue masiva.

Me encantó que dieran turnos a algunos sectores de la sociedad civil, entre ellos la comunidad gay y los impedidos físicos y mentales, en cuyo nombre habló un no vidente. No puedo comentar nada de ninguna intervención porque el sonido era pésimo. Además, ¿quién pone atención a un discurso de mitin? Nadie.

Ahora, lo que más me llamó la atención fue que, después que se aglutinó aquella inmensa cantidad de gente, la asistencia, lejos de crecer, disminuía. Los de la UASD fueron los primeros en abandonar el sitio porque tenían otra actividad en su campus. Y eran muchos. 

A medida que cada líder o dirigente de partido agotaba su turno y se iba, detrás de él se iban todos sus seguidores, de manera que cuando Luis Abinader se fue, la protesta tuvo que darse por terminada porque eran los más y se fueron todos detrás de él. Tocaron el himno de una vez, y eso que, de acuerdo a la agenda publicada, faltaría más de una hora para terminar.

Y otra característica bastante notoria era la edad de la mayoría de los asistentes, muy lejos todos de ser jóvenes. Es cierto que los jueves se trabaja y se asiste a clase, pero también hay un ingrediente en alta dosis: la inconsciencia de la juventud, responsabilidad absoluta de nosotros, los mayores.

Antes de que perdamos por completo nuestras facultades y antes de que se pierda lo poquito que queda del país, reestructuremos nuestros métodos de protesta y de lucha, a ver si antes del inevitable viaje logramos dejar a nuestros hijos los resultados de esa gran prueba de dignidad que todavía no les hemos dado por completo.

Aprovechemos esta creciente efervescencia para recuperar el espacio y todo lo demás.

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